conversación con el inspector fiscal

Camarada inspector:
Perdone la molestia.
Gracias...
estoy bien así, de pie...
Vengo a tratar
de un asunto delicado:
el lugar del poeta
en las filas obreras.
Al igual que los que poseen
fincas y tiendas,
he sido gravado
y debo pagar.
Usted me exige
quinientos por semestre
y veinticinco
por no declarar.
Ahora bien, mi trabajo es semejante
a cualquier otro.
Vea usted mis pérdidas,
los costes de mi producción
y la suma que invierto en utensilios.
Usted, por supuesto,
sabe qué es una rima.
Por ejemplo,
si el primer verso
termina en “anca”
pondremos
en el tercero, repitiendo esas sílabas,
algo así como “blanca”.
Para usar su propio lenguaje
digamos que la rima
es un cheque.
Cóbrese el verso alternado
-dice el reglamento.
Y buscas la calderilla de sufijos y declinaciones
en la pobre caja
de las conjugaciones.
Tratas de meter
una palabra en la estrofa
y si no entra
la fuerzas y entonces la rompes.
Camarada inspector:
créame usted,
el poeta
paga muy caras las palabras.
Para usar nuestro lenguaje
diré que la rima es un barril,
un barril de dinamita.
La estrofa es la mecha.
Cuando la estrofa se consume,
estalla la rima
y la ciudad vuela como un verso.
Pero, ¿dónde encontrar,
a qué precio,
rimas que maten al primer estallido?
Supongamos que sólo queden
unas cinco rimas
sin estrenar... en Venezuela.
Emprendo el viaje
tras endeudarme y cobrar anticipos.
Camarada, tenga usted presente
que el billete es de ida.
-La poesía es un viaje a lo desconocido.
La poesía es como la extracción del radio.
Un solo gramo
cuesta un año de trabajos.
Para encontrar la palabra precisa
transformas
miles de toneladas de mineral verbal.
Pero ¡qué abrasador
es el calor de esas palabras
comparadas con el chisporroteo
de la palabra cruda!
Esas palabras mueven
millones de corazones
durante miles de años.
Por supuesto,
hay diferencias entre los poetas.
Hay quienes, por ejemplo,
diestros de manos
se sacan el verso de la boca,
de la boca propia
y de la ajena.
¿Y para qué hablar
de los castrados líricos?
Ésos escriben un verso ajeno
y se vanaglorian.
Es otro robo y despilfarro
entre los tantos que sufre el país.
Estos versos y odas
del presente,
los mismos que el público
aplaude a rabiar,
pasarán a la historia
como gastos secundarios
de lo hecho por nosotros,
por unos pocos.
Te comes doce kilos de sal
y fumas un centenar de cigarrillos
hasta extraer
la palabra preciosa
de las profundidades
de la humanidad.
Por todo eso le pido
que rebaje el impuesto.
Quite del total
la rueda de un cero.
Uno noventa cien cigarrillos,
uno sesenta la sal.
En el formulario que me ha enviado
hay muchas preguntas:
- ¿Ha viajado
o no ha viajado?
Y en caso que en los últimos 15 años
haya reventado
una decena de Pegasos,
¿qué pasará?
Usted –póngase en mi caso-
pregunta si tengo
criados y bienes.
¿Y si yo fuese
un líder popular
y criado
del pueblo?
La clase la expresamos
con nuestras palabras:
somos proletarios,
propulsores de la pluma.
La máquina del alma
se desgasta con los años.
Le dicen a uno:
- está superado, fuera.
Cada vez amas menos,
te arriesgas menos
y el embate del tiempo
castiga tu frente.
Así llega el más terrible de los desgastes,
el desgaste del corazón y de la mente.
Y cuando este sol
se levante sobre el futuro
sin pobres ni tullidos,
yo ya estaré podrido,
muerto en la zanja,
junto a una decena de mis colegas.
Haga pues
mi balance funerario.
Le aseguro a usted
-y no miento-
que entre los actuales
canallas y trepadores,
seré el único
con deudas impagables.
Nuestro deber
es hacernos oír
como sirena de bronce
entre la bruma de los filisteos,
entre el ruido de los truenos.
El poeta
siempre es deudor del universo,
y por el dolor
paga intereses y multas.
Soy deudor
de los faroles de Broadway,
de los cielos de Bagdad,
del ejército rojo,
de los cerezos del Japón,
de todo sobre lo que no
escribí.
Al fin de cuentas,
¿para qué necesito tanto?
¿Para disparar rimas
y enfurecer con el ritmo?
Camarada burócrata:
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad.
Dentro de unos siglos,
leerán el verso
y resucitarán el tiempo.
Y entonces
habrá inspectores fiscales
brillantes de asombro
y con hedor a tinta.
Usted, ciudadano convencido
del presente,
vaya al Comisariado de Caminos
y saque
un billete para la eternidad.
Haga la cuenta
de lo que darán mis versos
y distribuya mis ganancias
en trescientos años.
Pero la potencia del poeta
no reside solamente
en que gracias a él
le recuerden a usted y se sobresalten.
No.
Hoy la rima es también
lema
bayoneta y látigo.
Camarada inspector,
pagaré cinco,
quitando los ceros
que están detrás.
Tengo derecho que me consideren
a reclamar un sitio
en las filas de los obreros
y campesinos más pobres.
Y si piensan ustedes que mi trabajo
consiste en utilizar
palabras ajenas, no hay problema:
aquí está, camaradas,
mi estilográfica:
escribid,
si queréis[1]
[1] Poema de Vladimir Maïakovski. Desconozco su datación. Las cursivas son mías: las he puesto para señalar argumentos del poema que trabajamos en otras entradas. Por último, recordemos lo que dice en su Autobiografía, publicada en 1922: Soy poeta. Eso es lo que me hace interesante. Lo destaco porque Coprovich lo parafraseó a su manera, como era típico en él, en una entrevista: Soy una persona. Eso es lo que me hace interesante, y lo que no. Lo que me hace poeta, y lo que no. Al final, ¿qué diablos es ser una persona?
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